Leonardo Valencia: cosmopolitismo, rupturas y movimiento permanente

 

Se confirmó la presencia de Leonardo Valencia como uno de los invitados internacionales de Popayán Ciudad Libro 2022. Retomamos aquí, como abrebocas, un artículo publicado originalmente en El Liberal, de Popayán, y que se constituye en una mirada a la primera etapa de la obra de este destacado autor ecuatoriano.

 

Por: Juan Carlos Pino Correa

 

“Como ya se ha marchado demasiado lejos, y perdería mucho tiempo en volver a su punto de origen, o simplemente ya no puede volver, se sienta a crear su obra en el destierro”, dice el narrador respecto de Kazbek, el personaje principal de la novela del mismo título que habla de un escritor en plena búsqueda, de un escritor en guerra a muerte con los fantasmas del arraigo y del desarraigo físico y espiritual y que reflexiona tanto sobre el quehacer artístico como sobre su vida en el lado del mundo donde hoy vive, pero también en el mundo que antes habitaba geográficamente y que todavía lo habita en recuerdos, proyectos literarios e incluso en la ausencia de nostalgias.

 

Yo imagino igual a Leonardo Valencia (Guayaquil, 1969), el autor del libro, y con esto no estoy afirmando de manera tajante que Kazbek (2008) sea una novela autoficcional, aunque sin duda podría serlo. Lo imagino igual porque también sus ensayos, al igual que sus ficciones, dan cuenta de esas temáticas, y entre unos y otras hay vasos comunicantes que tanto Valencia como sus lectores encuentran plenamente coherentes. La siguiente cita, tomada de El síndrome de Falcón (2008), puede confirmarlo: “Me resulta particularmente insufrible la nostalgia pro-patria, heredera viejísima de esa tradición en la que Ovidio canonizó su expulsión de Roma. Prefiero la otra tradición, la del pensamiento estoico, que encuentra en el exilio, y por extensión en las formas de extrañamiento, una oportunidad de conocimiento, una ocasión para seguir nuestro aprendizaje”.

 

De esta manera, Valencia ratifica una postura cosmopolita que empezó a consolidarse en su infancia a través de permanentes desplazamientos no sólo geográficos sino también idiomáticos y que terminaron por forjar una conciencia literaria alejada de aquellos nacionalismos y pro-patriotismos que en ocasiones han maniatado a los escritores latinoamericanos. Y él es consciente de ello hasta el punto de metaforizar tal situación a través de lo que ha dado en denominar el síndrome de Falcón, al referirse al peso insufrible de la tradición literaria nacional que tantos escritores han cargado sobre sus hombros y que en esencia impide levantar la mirada más allá de las fronteras del país de origen. Y aunque Valencia hable específicamente en este aspecto del caso ecuatoriano —en razón de que Falcón era el apellido de un hombre que se sentía importante al cargar, a falta de

silla de ruedas, al escritor Joaquín Gallegos Lara, defensor a ultranza de la literatura con posturas y propósitos comprometidamente socialistas—, dicha imagen es aplicable a muchas realidades literarias en diferentes lugares.

 

Paradoja de las fronteras

 

En tal coyuntura, los caminos del ensanchamiento de las fronteras, primero, y el exilio, después, parecen inevitables si se quiere realizar rupturas fundamentales. Tal como lo hizo Valencia lo hace Kazbek, siguiendo el mismo rumbo, habitando las mismas ciudades —Guayaquil, Quito, Lima, Barcelona—, visitando otras, logrando que el extrañamiento fluya de manera continua, como una forma de alimentar las pulsiones artísticas. Kazbek sigue las huellas de un hombre de carne y hueso con quien ha trabajado para trasmutarlo a otra forma de existencia a través de la tinta y el papel. Al tiempo intenta escribir unas palabras en torno a unas ilustraciones que un amigo pintor alemán —también desarraigado como él, pero a la inversa— le ha entregado: imágenes en blanco y negro sobre extraños “bichos” que han huido de las entrañas de un volcán vivo, siguiendo éstos, sin duda, otros desplazamientos y extrañamientos y habitando no un espacio geográfico sino un espacio imaginario que no necesariamente es el del pintor.

 

La frontera, entonces, es un tema recurrente en Valencia, pero entendida ésta no como límite sino, por el contrario, en lo que puede significar en términos de choque, de ruptura y de ensanchamiento. De apertura hacia otros horizontes. El escritor lo llama “un elogio a la paradoja de las fronteras”. En lo idiomático, en lo geográfico, en lo temático, en la tradición literaria, en el soporte y el formato mismo de lo escrito, en las fisuras. “El final de un texto literario es una apertura potencial. Por convención, un texto acaba, no así su mundo ficcional”, dice Valencia, quien no en vano ha creado aquello de “libro progresivo”, para referirse al libro que no se cierra nunca, que sigue en permanente movimiento y crecimiento. Y pone el ejemplo con La luna nómada, una colección de relatos con un título bastante diciente respecto del tema que nos ocupa y que no sólo va creciendo y ensanchándose en cada nueva reedición, a pesar del riesgo editorial que esto conlleva, sino que, en esencia, es la “matriz” de las novelas que luego Valencia escribe: El desterrado (2000) y El libro flotante de Caytran Dölphin (2006).

 

Escritura flotante, red y fisuras

 

Pero el asunto también va más allá, pues en ese interés por la ampliación de espacios, ésta última novela tiene en el universo infinito y deleznable que es la Internet, la posibilidad de irse rehaciendo y complementando cada día desde múltiples perspectivas, ya no sólo la del autor sino la de “lectores partícipes”. La escritura flotante, la denomina Valencia. Así las cosas “el proyecto propone la alternativa de

vincular los soportes físicos y virtuales, dejando abierta una progresión de escritura a través de fisuras”. Independiente de que el lector de la página web (www.libroflotante.net) haya leído o no la novela impresa, puede participar en la creación de nuevos fragmentos teniendo como base la historia central de la misma. Valencia advierte que no se trata de la muerte del autor sino de “la multiplicación de autores a través de un proceso de des-subjetivación de la versión del narrador de la novela”.

 

Los libros progresivos y la escritura flotante son una buena muestra, pues, de los movimientos y los nuevos flujos de la literatura en una época donde el mundo se ha tornado posmoderno, según muchos intelectuales, y que se mueve también sin pausa, sin dar tregua, motivando a las personas cada día a muchos e imprevistos viajes físicos, espirituales o de cualquier índole. Y parece que al final, en el mundo de la literatura, en esta República Mundial de las Letras, como lo denomina la francesa Pascale Casanova, el hogar sentido, amado, anhelado, se construye en las palabras y en los libros, que pueden ser impresos, flotantes, progresivos, electrónicos, virtuales… Sí, al final el refugio más adecuado ante el mundo implacable, es aquel que se construye con los libros, como en Borges, como en Bolaño, como en Vila-Matas, como en tantos otros escritores de todas las latitudes. En Valencia, sus personajes siguen ese camino, con cero síndromes y cero remordimientos. Como sucede con el Kazbek escritor: “Sus personajes casi siempre son erráticos. Siente que no ha inventado nada: sólo ha dado palabra a lo que ha visto y ha escuchado de su tiempo. Los libros que ha escrito los ha edificado como si fueran casas donde refugiarse de lo que arrasa consigo el movimiento del mundo”.

 

Y como el movimiento del mundo arrasa cada día con todo, cualquiera sea el material con que esté hecho, no queda más remedio que crear —con las palabras, con la literatura— espacios con los cuales arroparse mientras pasa el temporal. Si es que algún día pasa.

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